a mi mente llegan.
Extasiada, vuelvo a vivir aquellas horas,
inolvidables tras la ventana.
Eran frías igual que los cuchillos
las mañanas de enero, pero claras.
Los tejados brillando por el hielo,
filigranas en las rejas por la escarcha.
Los cristales cubiertos por el vaho,
mis manos pequeñas emborronaban.
Y mi madre siempre junto a mí,
me enseñaba a escribir con mucha calma.
¿Las vocales, o quizá era mi nombre?
¿Una estrella, un árbol, o una casa?
Todo lo que le pedía, al instante,
con cariño en el cristal lo imprimía.
Aquel amor de mi madre
era, en enero, rosada primavera.
Era su amor tan inmenso,
tanto cariño me daba...
Sus manos fueron mi bálsamo,
nunca podré olvidadlas.
Ami me dejaste triste,
sin tu cariño no vivo.
¡Madre, yo quisiera estar contigo,
escribiendo en los cristales!
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