Qué inocentes las caricias
que el viento me regalaba.
Pasaba silencioso, tímido,
por si acaso molestaba.
Me acariciaba sin manos.
Sin labios a mí me besaba,
susurrándome al oído
melodías que gustaban .
Era una brisa sublime
la que me iba regalando.
Sus halagos eran candor
para no hacerme daño.
Yo lo escuchaba sin verlo,
sin voz él me arrullaba.
Enredaba mis cabellos,
le respondí mimosa:
le respondí mimosa:
Deja en paz a mi alma,
¿acaso nunca descansas?
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