Me sobrecogió el silencio,
visitando el campo santo.
Escuché solo el sonido
del gélido viento acechando.
Las bellas flores las ves
como encogidas, temblando,
sin perfume, están ausentes,
desmayadas sobre el mármol.
Ni los pájaros me brindan
ningún trino, ningún canto.
Están como aletargados,
esperando una sonrisa
de los que allí llegamos.
Los cipreses son guardianes,
sombríos centinelas,
impasibles vigilantes,
de un lugar llamado nada.
Son ellas, las amapolas,
las únicas que respiran.
Nacen dando su color
tras las tumbas escondidas.
Esta soledad inmortal,
mezcla de rumor y olvido,
se ha incrustado en mi alma
señalando mi destino.
Lechos fríos y callados,
llenos de cruces de mármol,
observados por los siglos,
en silencio están gritando
aunque se encuentren callados.
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